martes, 15 de octubre de 2013

Bajo Hipnosis

El parloteo de la secretaria hace pensar a Julia si fue una buena idea ir allí. También se lo hacen pensar las paredes despintadas del salón, ese temor inexplicable a los edificios tan altos y ese olor a miedo que hay en el aire, sin embargo no hay nada que perder.

Ya perdí lo que más me importaba en la vida, piensa Julia, perdí el amor justo después de empezar a vivir la lo que yo consideraba la felicidad, quedó solamente una casa vacía, un jardín que cada día va ocultando entre su maleza los momentos en que contemplaba el nacimiento de las flores junto a mi amado.
-Julia usted es la siguiente- dice la secretaria y señala la puerta del consultorio. Julia toma su bolso y mientras asiente con la cabeza camina hacia el doctor que espera en su escritorio.

-Señorita, ¿es la primera vez que viene a una sesión de hipnosis? -

-Si- responde Julia,- mi psicólogo me recomendó tomar unas sesiones, dice que aparte de la reciente muerte de mi esposo hay otras cosas pasadas que no recuerdo y que me afectan emocionalmente-

-Empecemos entonces- el doctor señaló el sofá reclinable, -por favor póngase cómoda y escuche atentamente lo que voy a decir-

El doctor comenzó su rutina de hipnosis hasta lograr que Julia quedara dormida, pero alerta, entonces el dejo su péndulo a un lado, para empezar a tomar apuntes sobre lo que Julia decía.

-Julia, ¿Dónde estás?-

-Estoy en el jardín de mi casa, estoy escondiéndome entre los arbustos-

-¿Cuántos años tienes Julia?-

-Tengo 9 años, espera no puedo hablar muy alto me van a encontrar-

-¿Con quién estás jugando Julia?-

No logro ver su cara es muy alto, me arrastro despacio debajo de los arbustos, hasta alcanzar un árbol que está cerca de la bodega de herramientas, oigo sus pisadas, y siento como se enoja cada vez más al no lograr encontrarme. Da tres pasos y se queda observando, mientras él se acerca veo que el cielo se empieza a oscurecer, todo parece muy extraño.

Mi corazón empieza a acelerarse cada vez más, siento como late en mis oídos y en mi cabeza, tomo aire y corro hacia la casa, lo siento detrás de mí pasa, la puerta de la sala justo después que yo lo hago, corro escaleras arriba y me escondo en mi habitación debajo de las sábanas de la cama. Ahora en plena oscuridad solo logro oír pasos afuera que llegan justo hasta la puerta de mi cuarto, oigo como gira la perilla y pienso en lo tonta que fui al no cerrarla; el corazón quiere salirse de mi pecho sin embargo sigo inmóvil sobre la cama.

¿Julia, estás dormida? Pregunta la voz, y caigo en cuenta que es mi padre, que tengo 26 años y no entiendo que pasa.

-Aquí estoy, me quede dormida, entra por favor.-

Él entra en la habitación, sin encender la luz, y se sienta en mi cama.

-Estaba esperando a que me dejaras entrar, dice él sin mostrar su rostro, siempre había esperado que vinieras a la casa así de esta manera, para poder ayudarte.

Empiezo a sentirme mareada y la voz de él se hace lejana.

-Julia, es hora de que vayas con Esteban, míralo está en aquella puerta-

No puedo creerlo es mi esposo, estaba aquí, siempre ha estado aquí. Mi felicidad regresa mientras la habitación en la que me encuentro empieza a caer sobre mi cabeza y el hombre que estaba sobre mi cama empieza a transformarse en una salamandra de piel viscosa pero con cara de humano.

-Esteban, Esteban, por favor espérame.

-¡Julia! ¡Despierta!, dice el doctor,

-! Julia, es momento de que despiertes, estás mezclando la realidad!

Ella abre los ojos, los cuales se ven desorbitados por el pánico, el doctor le dice que todo está bien pero ella contesta:

-No doctor, ahí está Esteban, usted lo trajo a mí, tengo que ir con él y alejarme del demonio que me ha perseguido durante mi vida y que hizo que Esteban me dejara.

Entones Julia se levanta y corre directamente hacia una de las ventanas. Toma una lámpara de pie y golpea al doctor que trataba de tomarla del brazo, luego rompe la ventana, la brisa entra al doceavo piso y ella toma la mano de su amado que la esperaba al otro lado de la ventana junto al jardín que construyeron juntos.

Credito de Arte Fotográfico: 
José G. Arguello González


martes, 1 de octubre de 2013

30


por Mirhiel

Abrió los ojos al escuchar el despertador de su celular, la marcha imperial  de la Guerra de las Galaxias no sonaba diferente ese día, ni el sabor del café y el pan con queso que desayuno. El perfume de Elizabeth Taylor olía igual de bien que todas las mañanas. El papeleo de la oficina tampoco estuvo más divertido, los compañeros no la vieron con más o menos agrado.

No era tan trágico como la gente decía, la cabeza no le exploto, ni siquiera le dolió el estomago; el corazón no le latió más lento ni más rápido. Los zapatos no le apretaron más y tampoco le quedaron holgados. Tampoco perdió los kilos de más que tenia. Y aunque a medio día la ataco la paranoia y se asomo al espejo no tenía ni una sola arruga aun, por el contrario el maquillaje del día se le veía intacto y hermoso. 

Tampoco sintió que su vientre, que no había tenido ningún huésped aun, se empezara a secar.

A media tarde se quedo viendo las manos y tampoco se sentía mal por el hecho de que el único adorno era un bello anillo de plata que su hermana que había regalado meses atrás. Ninguna alianza de oro la decoraba y sonrió porque no sentía el más mínimo deseo de vestir ningún santo es mas se iba a comprar una joya o tal vez una pulsera de Tiffanys.

Su cabello seguía igual de negro, de lacio y de largo que de costumbre. El chocolate que se comió le supo igual de sabroso aunque el chocolate no fuera una de sus golosinas preferidas.

Sus ojos no veían más borroso que los últimos 7 años desde que tenía que usar anteojos para no sufrir migrañas frente a la computadora. El sonido del celular con varios mensajes de felicitaciones no le molesto ni la hizo sentir mal.

Más aun, la voz de él, sonó igual o más dulce que de costumbre cuando la llamo para desearle felicidades por sus 30 años y que el día anterior se lo había celebrado con sushi, regalos, compañía y besos. Fue en ese momento que se dio cuenta que por el contrario aun le hacía falta mucho por hacer. Tenía que comprar una casa, única deuda que deseaba, ya que nunca había tenido ni siquiera una tarjeta de crédito como todos los adultos que ella conocía. Aun tenía muchas películas que ver, libros que leer y escribir, música que escuchar, lugares que visitar, un hijo que criar, un perro que adoptar, comics que leer y dibujar, besos que repartir, pinturas que trazar, un jardín que cuidar, muchos brindis en donde levantar la copa. Diablos… aun había mucho por hacer. El día de su cumpleaños 30 el mundo no empezó a derrumbarse como había pensado, por el contrario se dio cuenta que todo había empezado.


Y quizás lo único que lamentaba es que fuera un lunes.

Credito de Arte Fotográfico: 
José G. Arguello González