por Mirhiel
Abrió los ojos al escuchar el despertador de su celular, la marcha imperial de la Guerra de las Galaxias no sonaba diferente ese día, ni el sabor del café y el pan con queso que desayuno. El perfume de Elizabeth Taylor olía igual de bien que todas las mañanas. El papeleo de la oficina tampoco estuvo más divertido, los compañeros no la vieron con más o menos agrado.
Abrió los ojos al escuchar el despertador de su celular, la marcha imperial de la Guerra de las Galaxias no sonaba diferente ese día, ni el sabor del café y el pan con queso que desayuno. El perfume de Elizabeth Taylor olía igual de bien que todas las mañanas. El papeleo de la oficina tampoco estuvo más divertido, los compañeros no la vieron con más o menos agrado.
No era tan
trágico como la gente decía, la cabeza no le exploto, ni siquiera le dolió el
estomago; el corazón no le latió más lento ni más rápido. Los zapatos no le
apretaron más y tampoco le quedaron holgados. Tampoco perdió los kilos de más
que tenia. Y aunque a medio día la ataco la paranoia y se asomo al espejo no
tenía ni una sola arruga aun, por el contrario el maquillaje del día se le veía
intacto y hermoso.
Tampoco sintió que su vientre, que no había tenido ningún
huésped aun, se empezara a secar.
A media
tarde se quedo viendo las manos y tampoco se sentía mal por el hecho de que el
único adorno era un bello anillo de plata que su hermana que había regalado
meses atrás. Ninguna alianza de oro la decoraba y sonrió porque no sentía el
más mínimo deseo de vestir ningún santo es mas se iba a comprar una joya o tal
vez una pulsera de Tiffanys.
Su cabello
seguía igual de negro, de lacio y de largo que de costumbre. El chocolate que
se comió le supo igual de sabroso aunque el chocolate no fuera una de sus
golosinas preferidas.
Sus ojos no
veían más borroso que los últimos 7 años desde que tenía que usar anteojos para
no sufrir migrañas frente a la computadora. El sonido del celular con varios
mensajes de felicitaciones no le molesto ni la hizo sentir mal.
Más aun, la
voz de él, sonó igual o más dulce que de costumbre cuando la llamo para
desearle felicidades por sus 30 años y que el día anterior se lo había
celebrado con sushi, regalos, compañía y besos. Fue en ese momento que se dio
cuenta que por el contrario aun le hacía falta mucho por hacer. Tenía que
comprar una casa, única deuda que deseaba, ya que nunca había tenido ni
siquiera una tarjeta de crédito como todos los adultos que ella conocía. Aun
tenía muchas películas que ver, libros que leer y escribir, música que
escuchar, lugares que visitar, un hijo que criar, un perro que adoptar, comics
que leer y dibujar, besos que repartir, pinturas que trazar, un jardín que
cuidar, muchos brindis en donde levantar la copa. Diablos… aun había mucho por
hacer. El día de su cumpleaños 30 el mundo no empezó a derrumbarse como había
pensado, por el contrario se dio cuenta que todo había empezado.
Y quizás lo
único que lamentaba es que fuera un lunes.
Credito de Arte Fotográfico:
José G. Arguello González
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