martes, 1 de octubre de 2013

30


por Mirhiel

Abrió los ojos al escuchar el despertador de su celular, la marcha imperial  de la Guerra de las Galaxias no sonaba diferente ese día, ni el sabor del café y el pan con queso que desayuno. El perfume de Elizabeth Taylor olía igual de bien que todas las mañanas. El papeleo de la oficina tampoco estuvo más divertido, los compañeros no la vieron con más o menos agrado.

No era tan trágico como la gente decía, la cabeza no le exploto, ni siquiera le dolió el estomago; el corazón no le latió más lento ni más rápido. Los zapatos no le apretaron más y tampoco le quedaron holgados. Tampoco perdió los kilos de más que tenia. Y aunque a medio día la ataco la paranoia y se asomo al espejo no tenía ni una sola arruga aun, por el contrario el maquillaje del día se le veía intacto y hermoso. 

Tampoco sintió que su vientre, que no había tenido ningún huésped aun, se empezara a secar.

A media tarde se quedo viendo las manos y tampoco se sentía mal por el hecho de que el único adorno era un bello anillo de plata que su hermana que había regalado meses atrás. Ninguna alianza de oro la decoraba y sonrió porque no sentía el más mínimo deseo de vestir ningún santo es mas se iba a comprar una joya o tal vez una pulsera de Tiffanys.

Su cabello seguía igual de negro, de lacio y de largo que de costumbre. El chocolate que se comió le supo igual de sabroso aunque el chocolate no fuera una de sus golosinas preferidas.

Sus ojos no veían más borroso que los últimos 7 años desde que tenía que usar anteojos para no sufrir migrañas frente a la computadora. El sonido del celular con varios mensajes de felicitaciones no le molesto ni la hizo sentir mal.

Más aun, la voz de él, sonó igual o más dulce que de costumbre cuando la llamo para desearle felicidades por sus 30 años y que el día anterior se lo había celebrado con sushi, regalos, compañía y besos. Fue en ese momento que se dio cuenta que por el contrario aun le hacía falta mucho por hacer. Tenía que comprar una casa, única deuda que deseaba, ya que nunca había tenido ni siquiera una tarjeta de crédito como todos los adultos que ella conocía. Aun tenía muchas películas que ver, libros que leer y escribir, música que escuchar, lugares que visitar, un hijo que criar, un perro que adoptar, comics que leer y dibujar, besos que repartir, pinturas que trazar, un jardín que cuidar, muchos brindis en donde levantar la copa. Diablos… aun había mucho por hacer. El día de su cumpleaños 30 el mundo no empezó a derrumbarse como había pensado, por el contrario se dio cuenta que todo había empezado.


Y quizás lo único que lamentaba es que fuera un lunes.

Credito de Arte Fotográfico: 
José G. Arguello González

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