Descubrí
que la poesía era
Una
forma de retratar el
paraíso
que experimentaba
en
cada viaje del hongo,
retratar
lo que veía
al
alejarme de la realidad
y
luego otra forma de que
la
poesía me ayudara a
sobrellevar
mi vida […]
Warren
Ulloa
Bajo
la lluvia Dios no existe
Soy una escritora
frustrada. Me siento con mi taza de café en esta banca tan fresca
que siempre mira hacia la calle, me encanta este lugar en la
cafetería de Santiago. Cuento los coches que pasan delante de mis
ojos y en intervalos regulares sorbo la taza con toda la paciencia
del mundo, las espirales de vapor que emanan son tan densas que
apenas y puedo ver a través de ellas. Estar en este lugar es mi
regalo de los viernes, aquí puedo esconderme. Somos solo yo, mi
banca, mis espirales de vapor y mi taza de café.
Estudié filología
en la universidad, bueno, comencé a estudiarla. Al segundo año dejé
de asistir por la constante reprobación de mis profesores viejos. No
pude soportar su modo de vida, su crítica destructiva, su forma
cuadrada de ver al mundo. Cuando me catalogaron como una inútil
abofeteé al que tenía más cerca, me puse en pie con mi mochila
y salí del lugar. No regresé nunca y no lo haré en esta vida. El
sistema tiene tantas aristas que repele mi redonda existencia.
Sin darme cuenta
he tomado una servilleta y la he rayado un poco con un texto vacío y
sin sentido. Lo releo, lo examino. Arrugo el papel y lo tiro al piso.
No sirve de nada, o tal vez solo para limpiarse la nariz después de
un estornudo. Mi sueño era ser una gran escritora, era poder hablar
con las personas del mundo sin querer cambiarlas, solo dialogar con
ellas, compartir… Pero el Señor Mundo no compartía mi
punto de vista y puso a todos en mi contra.
Trabajo en un call
center, porque de sueños y esperanzas no vive el hombre. Me paso
todo el día contestando las llamadas de extranjeros que tienen
suficiente billete como entrar en pánico si olvidaron la contraseña
de seguridad de su Blackberry. A veces, tengo que quedarme a
deshoras escuchándolos hablar de un tema u otro que no se relaciona
con el servicio al cliente. Pongo el teléfono en mute y
comienzo a despotricar contra ellos y su suerte. Algunas veces lloro
de la envidia, porque ellos tiene a alguien que los escucha, aunque
sea por unos segundos en un comentario fuera de lugar. ¿Quién me
escucha a mí?
-Nena, ¿ocupas un
refill?
-No need.
Veo como Santiago se aleja, ingresando
de nuevo al local. Antes de pasar el marco de la puerta, recoge el
papel que he tirado.
Abrazo mis
rodillas sobre la banca y las arrullo, todavía con mi taza de café
a mano. He dejado muchas cosas detrás de mi [mi familia, mis amigos
y poco a poco cada uno de mis sueños]. Soy una persona frustrada en
todo el sentido de la palabra, tengo diecinueve años ya estoy harta
de vivir.
Cuando enterraba
mi cabeza entre las rodillas, oigo unos pasos que se acerca hasta mí.
-Creo que esto te pertenece.
Levanto mi mirada
y veo el papel arrugado
-¿Bótalo
quieres?
-No es mío, no
puedo botarlo. Tal vez te sea de provecho.
-Si lo he tirado
al suelo es porque es una puerta cerrada.
-A veces la vida
no abre puertas-dejó el papel a mi lado, arrojándolo con un
imperceptible movimiento de muñeca- pero siempre se puede quebrar
una ventana. Vete a casa, ya estamos cerrando.
Lo miro darme la
espalda y marcharse. Tuve la impresión de que me acababa de darme
una bofetada.
Siempre que
Santiago me habla sucede lo mismo.
En parte es una de
las razones por las que tomo café aquí y no en ningún otro lugar.
Tomo la servilleta
y la estiro. La meto dentro de un desvencijado cuaderno que utilizo
para llevar los reportes de las llamadas. Dejo la taza y sus estelas
de vapor nublado sobre la banca. Creo que iré a casa a jugar un rato
con la servilleta. No sé porqué ahora la siento tan pesada como una
piedra.
Nath'Z Retana
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