martes, 3 de septiembre de 2013

Escritos de piedra

Descubrí que la poesía era
Una forma de retratar el
paraíso que experimentaba
en cada viaje del hongo,
retratar lo que veía
al alejarme de la realidad
y luego otra forma de que
la poesía me ayudara a
sobrellevar mi vida […]

Warren Ulloa

Bajo la lluvia Dios no existe

Soy una escritora frustrada. Me siento con mi taza de café en esta banca tan fresca que siempre mira hacia la calle, me encanta este lugar en la cafetería de Santiago. Cuento los coches que pasan delante de mis ojos y en intervalos regulares sorbo la taza con toda la paciencia del mundo, las espirales de vapor que emanan son tan densas que apenas y puedo ver a través de ellas. Estar en este lugar es mi regalo de los viernes, aquí puedo esconderme. Somos solo yo, mi banca, mis espirales de vapor y mi taza de café.

Estudié filología en la universidad, bueno, comencé a estudiarla. Al segundo año dejé de asistir por la constante reprobación de mis profesores viejos. No pude soportar su modo de vida, su crítica destructiva, su forma cuadrada de ver al mundo. Cuando me catalogaron como una inútil abofeteé al que tenía más cerca, me puse en pie con mi mochila y salí del lugar. No regresé nunca y no lo haré en esta vida. El sistema tiene tantas aristas que repele mi redonda existencia.

Sin darme cuenta he tomado una servilleta y la he rayado un poco con un texto vacío y sin sentido. Lo releo, lo examino. Arrugo el papel y lo tiro al piso. No sirve de nada, o tal vez solo para limpiarse la nariz después de un estornudo. Mi sueño era ser una gran escritora, era poder hablar con las personas del mundo sin querer cambiarlas, solo dialogar con ellas, compartir… Pero el Señor Mundo no compartía mi punto de vista y puso a todos en mi contra.

Trabajo en un call center, porque de sueños y esperanzas no vive el hombre. Me paso todo el día contestando las llamadas de extranjeros que tienen suficiente billete como entrar en pánico si olvidaron la contraseña de seguridad de su Blackberry. A veces, tengo que quedarme a deshoras escuchándolos hablar de un tema u otro que no se relaciona con el servicio al cliente. Pongo el teléfono en mute y comienzo a despotricar contra ellos y su suerte. Algunas veces lloro de la envidia, porque ellos tiene a alguien que los escucha, aunque sea por unos segundos en un comentario fuera de lugar. ¿Quién me escucha a mí?

-Nena, ¿ocupas un refill?

-No need.

Veo como Santiago se aleja, ingresando de nuevo al local. Antes de pasar el marco de la puerta, recoge el papel que he tirado.

Abrazo mis rodillas sobre la banca y las arrullo, todavía con mi taza de café a mano. He dejado muchas cosas detrás de mi [mi familia, mis amigos y poco a poco cada uno de mis sueños]. Soy una persona frustrada en todo el sentido de la palabra, tengo diecinueve años ya estoy harta de vivir.

Cuando enterraba mi cabeza entre las rodillas, oigo unos pasos que se acerca hasta mí.

            -Creo que esto te pertenece.

Levanto mi mirada y veo el papel arrugado

-¿Bótalo quieres?

-No es mío, no puedo botarlo. Tal vez te sea de provecho.

-Si lo he tirado al suelo es porque es una puerta cerrada.

-A veces la vida no abre puertas-dejó el papel a mi lado, arrojándolo con un imperceptible movimiento de muñeca- pero siempre se puede quebrar una ventana. Vete a casa, ya estamos cerrando.

Lo miro darme la espalda y marcharse. Tuve la impresión de que me acababa de darme una bofetada.

Siempre que Santiago me habla sucede lo mismo.

En parte es una de las razones por las que tomo café aquí y no en ningún otro lugar.
Tomo la servilleta y la estiro. La meto dentro de un desvencijado cuaderno que utilizo para llevar los reportes de las llamadas. Dejo la taza y sus estelas de vapor nublado sobre la banca. Creo que iré a casa a jugar un rato con la servilleta. No sé porqué ahora la siento tan pesada como una piedra.  


Nath'Z Retana 


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